jueves, 9 de septiembre de 2010

Bangui, Republica Centroafricana, 23 de julio de 2010

Africa según los ojos de mí hermano.
Por Clarisa Caraballo

Bangui, Republica Centroafricana, 23 de julio de 2010
Vengo escuchando hablar del Africa Negra desde que mi hermano dejó Marruecos, único país hasta ahora de su recorrido, que tiene alguna que otra semejanza con nuestra cultura. A partir de allí, todo se tornó diferente y ajeno, adentrándose en lo que él denomina “El Africa Negra”. Cruzando el Sahara Occidental, a bordo de su moto Gialing, donde la patente lleva colgada una bandera color celeste y blanca, mi hermano atravesó Mauritania, Senegal, Mali, Burkina Faso, Benín, Nigeria, Camerún, hasta llegar al punto medio del Continente: Republica Centroafricana. Aquí se vivencia la verdadera Africa, misteriosa e inalcanzable. Un lugar al que Dios parece haberse olvidado de su existencia o de lo contrario, lo haya convertido en su morada, a salvo de la civilización.
Esta tierra habitada por hombres en estado salvaje y con las pieles más oscuras que se pudieran haberse observado, sus hábitos y sus costumbres se parecen a las del Planeta de los Simios, la película de los Setenta, dirigida por Franklin Schaffner. Aquí la vida pareciera no tener valor o quizás, como no comprendemos sus creencias, no alcanzamos a entender sus reglas y su cultura. Hombres y mujeres cuya expectativa de vida no llega a los cincuenta y cinco años, andan con su paludismo a cuestas, entre una multitud de desvalidos que fueron afectados por la polio. Un lugar donde todo tiene valor comercial y cualquier mercancía puede venderse o comprarse, ya sea material, animal o humana. Todo ser vivo es pasible de ser cazado para luego degustarse en una cena, que podría ser la última. Aquí hay que simular valentía y esconder el miedo porque cualquiera puede convertirse en presa. Es increíble que no se vean animales en esta parte de Africa. Solamente están sus pieles exhibidas en ferias o sus carnes convertidas en guiso al paso. Los que aún mantienen vida, posiblemente están en manos de las mafias del tráfico. Obviamente no hay perros ni gatos vagabundos, en su lugar habitan estos seres salvajes, que ambulan rebuscándoselas para sobrevivir.
Mi hermano siente miedo aunque también curiosidad por desentrañar este continente tan difícil de digerir y comprender. Las pastillas que previenen el paludismo evitan vivenciar la enfermedad pero no sus molestos síntomas. Por momentos “el Africa Negra” resulta tan oscura y pesada, quizás porque nos conecta con nuestro propio salvajismo, con nuestras sombras y nuestra prehistoria. El no me ha hablado aún de la selva, de la riqueza vegetal que inunda la tierra, del Edén verde que mi mente imagina. Sin embargo, me cuenta que la tierra está llena de minerales preciosos y que el oro está al alcance de las manos de los más vivos, que terminan vendiendo diamantes en las esquinas.
De alguna manera acompaño a mi hermano en este viaje. Su destino ha sido y sigue siendo muy criticado, pero yo respeto la inquietud de su alma que recorre las estepas del Africa profunda.
En Bangui, Capital de la Republica Centroafricana, él espera, pernoctando en un iglesia que también funciona como hotel, la autorización de su visa para entrar a Sudan, a 1500 km de allí y que recorrerá por una carretera de barro. Son épocas de lluvia pero el sol siempre sale en este Continente.

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